El riesgo de convertirse en parques experienciales
- zenoquantum

- 14 nov
- 4 Min. de lectura

En la última edición del SIMA, varios directores de Recursos Humanos coincidieron en algo que, dicho en voz baja, ya es un secreto a gritos: las nuevas generaciones han cambiado la relación empresa–empleado hasta convertirla en un intercambio invertido. Ya no es la empresa quien evalúa al candidato; es el candidato quien evalúa si la empresa “es suficiente” para él.
Conciliación total. Propósito. Identidad compartida. Flexibilidad absoluta. Impacto social inmediato. Un liderazgo que acompañe, que escuche, que apoye, que no exija demasiado y que, a ser posible, evite la incomodidad. Las empresas, desconcertadas, intentan adaptarse. A veces con inteligencia estratégica. A veces con miedo a quedarse sin talento.
Pero para nosotros, este fenómeno no es nuevo. Es exactamente el mismo ciclo que vivieron los colegios hace quince años.
Del aula a la oficina: la cultura del “cliente emocional”
Durante años, los centros educativos vieron cómo la relación tradicional entre estudiante, familia y escuela se transformaba silenciosamente. Lo que antes era un espacio donde el profesor educaba y los padres acompañaban, pasó a ser un lugar donde los padres reclamaban, negociaban, protegían y pedían adaptaciones permanentes.
No por negligencia. No por desinterés. Por amor.
Amor que, sin querer, se transformó en hipervigilancia, asistencia constante y resolución inmediata de cualquier incomodidad.
No es casualidad: estudios recientes, como The Influence of Overparenting on College Students’ Career Indecision (Yixin Wang, 2023), muestran que la sobreprotección genera jóvenes con menor tolerancia a la frustración, mayor indecisión, menor autoeficacia y una mayor expectativa de soporte externo continuo.
Los colegios lo vivieron antes: cuando educar empezó a competir con agradar.
La escuela dejó de ser un sistema de preparación para convertirse, en algunos casos, en un espacio donde todo debía ser cómodo, amable, ligero, celebrativo. Una experiencia. Un servicio.
El alumno pasó de aprender a ser servido. De construir a consumir. De esforzarse a sentirse.
Y con los años, esos alumnos llegaron a las empresas
Cuando estas generaciones alcanzan el mercado laboral, traen consigo una lógica profundamente aprendida: la lógica del cliente emocional.
Si algo incomoda, debe ser corregido.
Si algo no encaja con mis valores, debe adaptarse.
Si algo exige demasiado, quizá no vale la pena.
Si no me siento “alineado”, la empresa tiene un problema.
Si no me motiva, es poco inspiradora.
No hay maldad. No hay pereza genética. No hay moral deteriorada. Hay un aprendizaje previo: durante años, todo: padres, colegio, profesores, entrenadores, incluso marcas, ha competido por agradarles, evitarles la frustración y diseñar experiencias perfectas.
Llegan al mundo profesional con un marco mental que no es empresarial, sino experiencial.
El dilema real: ¿empresa o parque experiencial?
Hoy la empresa vive el mismo vértigo que vivieron los colegios:
Si exige, pierde candidatos.
Si no exige, pierde cultura.
Si sostiene límites, resulta “poco flexible”.
Si renuncia a ellos, se convierte en un espacio líquido, sin estructura ni rumbo.
Si mantiene estándares, parece rígida.
Si los flexibiliza sin criterio, pierde coherencia.
McKinsey alerta de una tendencia creciente: el expectation gap entre lo que las personas jóvenes creen que el trabajo debe ofrecer y lo que una organización necesita para funcionar.
Gartner habla de la “hiperpersonalización emocional” como una nueva presión corporativa. Y Deloitte ya identifica que el 49% de los jóvenes espera que la empresa adapte su cultura a sus valores personales.
Es el mismo camino que recorrieron los colegios. La misma tensión entre propósito y servicio. Entre formar y agradar. Entre construir adultos y mantener clientes.
Pero hay un matiz importante: los colegios ya han empezado a corregir el rumbo
Muchos centros han descubierto algo que parece obvio solo cuando se mira con perspectiva: agradar sin educar destruye el propósito.
Hoy, cada vez más familias vuelven a preguntar:
¿Cuál es el nivel académico?
¿Qué valores se enseñan?
¿Se fomenta el esfuerzo, la resiliencia, el compromiso?
¿Cómo se prepara a los hijos para un mundo que no va a ser cómodo siempre?
Los colegios han entendido que no pueden ser parques de atracciones pedagógicos. Y están recuperando su rol: formar criterio, carácter, límites y sentido.
Las empresas están exactamente en ese punto de inflexión
La pregunta no es si las nuevas generaciones están equivocadas. La pregunta es qué rol quiere desempeñar la empresa:
¿Quiere ser una experiencia que se consume o una institución donde se crece?
Si elige la primera, deberá asumir volatilidad, fragilidad y rotación constante.
Si elige la segunda, deberá sostener límites, propósito, cultura y estructura, aun cuando no todos quieran quedarse.
Ningún camino es fácil. Pero solo uno construye futuro.
La visión de Zeno Quantum
Vivimos el choque entre dos lógicas: la lógica del confort y la lógica del desarrollo. Los colegios ya aprendieron que sin incomodidad no hay crecimiento. Las empresas están a tiempo de aprender lo mismo.
El reto no es adaptarse a las nuevas generaciones ni resistirse a ellas, sino ofrecerles algo que no han tenido suficiente: un lugar donde no sean clientes, sino protagonistas responsables. Un lugar donde no todo esté diseñado para ellos, porque el trabajo, como muchas otras cosas en la vida, empieza justo donde termina la comodidad.
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