Cuando a la víctima le llaman verdugo
- zenoquantum

- hace 4 días
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Actualizado: hace 22 horas

En los últimos años se ha instalado una narrativa peligrosa:“Los jóvenes no quieren estudiar. No quieren trabajar. Solo exigen. No tienen compromiso.”
Colegios y empresas repiten esta idea como un mantra. Pero es profundamente injusta. Los jóvenes no son verdugos de nada. Son víctimas de un sistema que los adultos diseñamos, gestionamos y legitimamos, y del cual ellos no pueden escapar.
Mientras decimos que “no están preparados para la vida”, olvidamos que el entorno que los prepara es precisamente el que hemos construido nosotros. Y que las incoherencias, contradicciones y exigencias imposibles del sistema son herencias adultas, no fallas juveniles.
El entorno adulto: una tormenta contradictoria
1. La familia: mensajes enfrentados
Muchos estudiantes crecen escuchando frases como: “El colegio no sirve para nada”,
“Los profesores no tienen ni idea”, “Los deberes son absurdos”.
Pero al mismo tiempo, esos mismos padres esperan que sus hijos saquen buenas notas, que se comporten con educación o que se esfuercen.
¿Cómo puede un joven respetar y creer en un sistema que sus propios referentes desacreditan cada día?
Estudios internacionales sobre bienestar adolescente muestran que la incoherencia familiar es uno de los mayores factores de estrés académico. No falta capacidad: falta un marco estable, coherente y seguro.
2. El profesorado: título sí, vocación no siempre
Muchos profesores tienen preparación académica. Pero la vocación, la pedagogía y la sensibilidad humana no vienen en un título.
Las investigaciones sobre clima escolar y calidad docente coinciden: los estudiantes aprenden más cuando sienten conexión, escucha y propósito. Y, sin embargo, el sistema sigue teniendo docentes que confunden “enseñar” con “explicar”, o “evaluar” con “poner una nota”.
Detrás de cada examen hay una historia. Detrás de cada comportamiento, una emoción. Detrás de cada baja nota, una vida entera que pide ser entendida.
Pero la estructura no facilita esto. Concurren currículos excesivos, ratios altas, presión burocrática y poca formación emocional.
El resultado es un sistema que espera que los jóvenes rindan sin preguntar qué necesitan para poder hacerlo.
3. Las empresas: relaciones tratadas como mecanismos
Cuando los jóvenes llegan al mundo laboral, se encuentran con modelos que todavía funcionan bajo una mentalidad industrial: procesos rígidos, horarios inflexibles, culturas jerárquicas, foco en productividad antes que en bienestar.
Sin embargo, estudios de entidades como Gallup, Deloitte o Harvard muestran que las nuevas generaciones no rechazan el trabajo: rechazan ser tratadas como piezas.
Buscan un acuerdo profesional basado en respeto, propósito y crecimiento mutuo. Y tienen razón.
La relación entre empresa y trabajador no es un intercambio de outputs: es un contrato humano. Y cuando se olvida lo humano, todo se rompe.
El mito del “joven problema”
No es cierto que esta generación sea “peor”, “más débil” o “menos comprometida”. Los datos muestran lo contrario:
Los jóvenes de hoy tienen más conciencia social que generaciones anteriores.
Tienen niveles más altos de ansiedad y presión, no por fragilidad, sino por la tensión entre lo que el sistema exige y lo que ofrece.
Son la generación que más desea aprender, pero la que más siente que la escuela no le ofrece herramientas reales para el futuro.
Son la generación más emprendedora, pero la que más teme equivocarse porque las estructuras no les permiten fallar.
No son verdugos de un sistema roto: son los heridos del sistema que nosotros los adultos perpetuamos.
Romper las barreras: lo que los jóvenes realmente necesitan
Si esperemos que los jóvenes brillen, antes debemos quitarles el peso de nuestras incoherencias. Para que puedan prosperar, el ecosistema educativo y laboral debe transformarse en tres ejes:
Coherencia familiar
Los padres deben pasar de criticar el sistema sin alternativa a acompañar y entender. La estabilidad emocional es el mejor predictor de rendimiento.
Docentes con vocación y escucha
Enseñar no es “dar temario”: es conectar con una mente, una emoción y una historia. Los países con mejores resultados educativos coinciden en lo mismo: la calidad del vínculo docente–estudiante importa tanto como la calidad del currículo.
Empresas humanizadas
La productividad no nace del control, sino de la conexión. Cuando una empresa reconoce la humanidad del joven trabajador, obtiene a cambio compromiso, innovación y sentido.
Conclusión: los jóvenes no siempre fallan; el sistema sí
Los estudiantes y jóvenes profesionales no son el problema. Son el reflejo de lo que los adultos hemos creado:
un sistema educativo desactualizado,
un mercado laboral deshumanizado,
y un entorno social que los juzga antes de escucharlos.
La solución no es exigirles más, sino exigir más al sistema.
Ellos no necesitan sermones, necesitan puentes. Necesitan adultos que entiendan que las generaciones no se deterioran: se moldean.
Los jóvenes no son verdugos. Son el resultado de nuestras decisiones.
Y, sobre todo, son la oportunidad de hacer las cosas mejor de lo que las hicimos nosotros.
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